De jóvenes aprendemos, de mayores
comprendemos.
Seamos claros: la manifestación de las emociones sirve para influir (o,
directamente, manipular) a aquellos que nos rodean. Los científicos
evolucionistas lo han defendido durante años, ahora los biólogos lo corroboran
en sus últimas investigaciones
- disonancia cognitiva, la tensión que se crea cuando
simultáneamente tenemos dos pensamientos que no concuerdan entre sí. Hay
disonancia cuando advertimos que los sentimientos a los que estamos
unidos pueden haber sido manifestados, en gran parte, para influirnos. La
tensión psicológica en esos casos es excesiva. Para evitarlo venimos provistos
de un mecanismo que podríamos denominar “necesidad de creer a los que
queremos”. Cuando cogemos cariño a alguien y conectamos nuestra empatía
con esa persona, tendemos a pensar que toda su expresión emocional es cierta.
Es un sesgo cognitivo que se asienta en nosotros de forma tan sutil que sólo
nos damos cuenta cuando desaparece. Cuando cortamos nuestra relación de pareja,
nos desligamos vitalmente de nuestros padres o nos enfadamos con un amigo,
empezamos a detectar muchas de sus expresiones emocionales como falsas.
Sentimos que sus lágrimas son chantaje emocional, que sus enfados son formas
dogmáticas de imponer autoridad o que sus muestras de afecto sólo tienen como
fin conseguir algo a cambio. Probablemente, todas esas manifestaciones
emocionales –con la misma mezcla de sinceridad y de intención de influir en
nosotros– han estado ahí siempre. Pero cuando perdemos el cariño, nos hacemos
conscientes de su intención manipuladora.
- autoengaño, motivos adaptativos: la selección
natural ha favorecido a los que utilizan su expresión emocional para influir en
los demás, pero también a los que despiertan la confianza suficiente como para
hacer creer a los afectados que no están siendo influidos. Ninguna técnica de
publicidad tiene efecto si creemos que nos están intentando manipular. Por lo
mismo, una manifestación sentimental solo puede influirnos si creemos que no lo
hace.
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- Expresamos ira porque eso hacía que
los demás se alejen de nosotros cuando nos estaban molestando o cambien su
actitud por miedo a nosotros cuando no nos gusta lo que hacen. -Manifestamos
alegría porque así los que nos rodean se sienten impelidos a volver a
proporcionarnos otra vez a buscar las experiencias que nos llevaban al éxito evolutivo.
-Exhibimos nuestro amor para que la
persona a la que le concierne se sienta más atraída por nosotros.
-Y hacemos pública nuestra tristeza para
que los demás tengan piedad y nos echen una mano (“el que no llora no mama”).
- los gemidos de las mujeres durante las
relaciones sexuales no son realmente una manifestación de placer sino más bien
una táctica para estimular a su pareja.
-En la tristeza, en la pelea y en el
placer, todas las expresiones supuestamente subjetivas son, en realidad, una estrategia
para influir en la persona que tenemos al lado. De hecho, si nuestra
expresión de sentimientos fuera indiferente a los que nos rodean dejaría de
existir. Seamos o no conscientes de ello, el efecto sobre las otras personas es
el objetivo. La expresión emocional es una forma de publicidad y como toda
forma de propaganda lleva implícita el deseo de cambiar al otro.
-somos más independientes en la madurez
(el efecto se acentúa a partir de los sesenta) porque nos sentimos menos
condicionados por los demás. En la adolescencia, por ejemplo, ocurre todo lo
contrario: el gregarismo es mucho más acentuado.
-A partir de cierta edad,
aquello que se ha reprimido durante la primera mitad de la vida surge porque
aumenta la confianza en nosotros mismos y disminuye la presión del grupo. La
edad madura se suele acompañar de una tendencia a la introspección.